Caçadors de dones


"Por lo demás, nada. Ninguna mujer, nada que prometiera una aventura, aunque fuera fugaz. Su fastidio fue en aumento. Era uno de esos hombres jóvenes a los que su hermoso rostro les ha favorecido mucho y en los que todo está constantemente dispuesto para un nuevo encuentro, para una nueva experiencia, uno de esos jóvenes que siempre se hallan en tensión, para lanzarse a lo desconocido de una nueva aventura, a los que nada les sorprende, porque, estando siempre al acecho, lo calculan todo, a los que no se les escapa ninguna oportunidad erótica, porque ya al primer vistazo captan a cada mujer desde el punto de vista sensual, tanteando y sin distinguir si se trata de la esposa de su amigo o de la criada que les abre la puerta que conduce hasta ella. Cuando uno con cierto desdén califica a estos hombres de "cazadores de mujeres", lo hace sin saber cuánta verdad, cuánta capacidad de observación ha quedado plasmada en el término, pues, en efecto, todos los instintos apasionados de la caza, el rastreo, la excitación y la crueldad moral vibran en la vigilancia infatigable de semejantes individuos. Están permanentemente a la espera, siempre preparados y decididos a seguir una aventura hasta el borde del abismo. Siempre cargados de pasión, aunque no se trata de la del enamorado, sino de la del jugador, frío, calculador y peligroso. Entre ellos los hay perseverantes, a los que más allá de la juventud, y gracias a esa expectación, la vida entera se les convierte en una incesante aventura, a los que un único día se les descompone en cientos de pequeñas experiencias sensuales: una mirada al pasar, una sonrisa fugaz, el roce de una rodilla cuando se sientan frente a alguien. Para ellos, la experiencia sensual es una fuente que fluye eternamente, alimentando y estimulando su vida."


Stefan Zweig

Ardiente secreto, pàgs. 12-13.

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