Rates
Imatge d’una obra de l’artista belga ROA, en un edifici de
Berlin
Ja fa
cinquanta-cinc anys que es va publicar per primera vegada la magnífica novel·la
Las ratas de Miguel Delibes. L’escriptor
vallisoletà, emmordassat en la seva condició de periodista i director del diari El Norte de Castilla, va haver de recórrer a la ficció per mostrar sense
subterfugis la precarietat i l’abandó a què es veia abocat el medi rural durant
la dictadura franquista, el qual, per postres, havia de batallar contra la
duresa tossuda del terreny i els implacables designis de la meteorologia.
Aquesta és una denúncia recurrent en la seva obra i encara resulta vigent en els
temps actuals, que han pres una deriva salvatge que pocs haurien pogut imaginar.
Només cal
recordar notícies recents, com ara les que exposen l'explotació
que pateixen els temporers de la província de Lleida, molts dels quals, després
de jornades laborals extenuants i pèssimament remunerades, es veuen obligats a
dormir al carrer o en campaments que no compleixen les mínimes condicions de
salubritat per adonar-nos que en el camp avui també hi treballen persones
abandonades a la seva sort. Aquesta situació infrahumana es fa extensible
a territoris depredats pel turisme i l’especulació immobiliària, com el
tristament famós cas d’Eivissa, on metges, policies, infermeres o cambrers
poden passar la nit en cotxes o en balcons pels quals arriben a pagar
cinc-cents euros al mes. Són indigents
amb una feina inestable: els nous esclaus del segle XXI.
La
violència soterrada que s’exerceix en aquesta mena de contextos i el patiment
psicològic que comporta veure-s’hi sotmès van ser magistralment retratats per Miguel
Delibes, de tal manera que de vegades resulta insuportable mirar de fit a fit
el rostre, alhora fascinant i terrible, de la terra que tant estimà. L’escriptor va explicar que la decisió de convertir un parell de caçadors de rates, un
infant savi (el Nini) i un adult primari (el tío Ratero), en protagonistes d’aquella història tràgica va sorgir arran
d’haver conegut un home que es dedicava a la mateixa activitat. La
rata d’aigua és bufona i pulcra: abans d’esdevenir una espècie protegida, es
podia capturar i vendre per ser consumida. Res a veure amb les bèsties que es
belluguen per les clavegueres. A tall de curiositat, és interessant de saber
que la carn de la paella valenciana provenia originalment del mateix animal. De
fet, en la novel·la es juga amb el terme pejoratiu amb el qual ens referim a
les persones menyspreables, quan les anomenem rates. Si això succeeix, el tío
Ratero replica, secament: las ratas
son buenas.
Un dels nombrosos
escenaris de l’obra és la cova on dormen els protagonistes de la qual l’alcalde
els vol desnonar amb la intenció d’acabar per sempre amb la “vergonya” que
suposa aquella mena d’habitatge indigne pel poble però els inquilins hi oposen
una resistència sorda. Les escenes de criminalització de la pobresa i l’embogiment
que a voltes l’acompanya resulten força familiars. El drama està adornat amb un
sentit de l’humor d’aires berlanguians (pàgs. 66-70):
“Una
mañana, tres después de San Aberico, el Nini se asomó a la cueva y divisó una
diminuta figura encorvada atravesando la Era, camino del puentecillo:
-El
Antoliano -dijo.
Y
se entretuvo viéndole luchar con el viento que concentraba los diminutos copos
oblicuos sobre su rostro y le obligaba a inclinar la cabeza contra la ladera.
Cuando entró en la cueva se incorporó, hinchó los pulmones y se sacudió la
pelliza con sus enormes manazas. Dijo el Ratero, sin moverse junto al fuego:
-¿Dónde
vas con la que cae?
-Vengo
-dijo el Antoliano, sentándose junto a la perra, que se incorporó y buscó un
rincón oscuro, donde nadie la molestase.
-¿Qué
te trae?
El
Antoliano extendió sus manos ante las llamas:
-El
Justito -dijo-. Va a largarte de la cueva.
-¿Otra
vez?
-En
cuanto escampe subirá, ya te lo advierto.
-La
cueva es mía -dijo.
El
Justito visitaba con frecuencia a Fito Solórzano, el Gobernador, en la ciudad,
y le llamaba Jefe. Y Fito, el Jefe le decía:
-Justo,
el día que liquides el asunto de las cuevas, avisa. Ten en cuenta que no te
dice esto Fito Solórzano, ni tu Jefe Provincial, sino el Gobernador Civil.
Fito
Solórzano y Justo Fadrique se hicieron amigos en las trincheras, cuando la
guerra, y ahora, cada vez que Fito Solórzano le encarecía que resolviese el
enojoso asunto de las cuevas, la roncha de su frente se empequeñecía y se
tornaba violácea y se diría que palpitaba, con unos latidos diminutos, como un
pequeño corazón:
-Déjalo
de mi mano, Jefe […]
Para
San Andrés Corsino el tiempo despejó y los campos irrumpieron repentinamente
con los cereales apuntados; los trigos de un verde ralo, traslúcido, mientras
las cebadas formaban una alfombra densa, de un verde profundo. Bajo un sol aún
pálido e invernal, las aves se desperezaban sorprendidas y miraban en torno
incrédulas, antes de lanzarse al espacio. Y con ellas se desperezaron Justito,
el Alcalde, José Luis, el Alguacil, y Frutos, el Jurado, que hacía las veces de
pregonero. Y el Nini, al verles franquear el puentecito de tablas, tan solemnes
y envarados con sus trajes de ceremonia, recordó la vez que otro grupo
atrabiliario, presidido por un hombrecillo enlutado, atravesó el puentecillo
para llevarse a su madre al manicomio de la ciudad. El hombrecillo enlutado
decía con mucha prosopopeya Instituto Psiquiátrico en lugar de manicomio, pero,
de una u otra manera, la Marcela, su madre, no recobró la razón, ni recobró sus
tesos, ni recobró jamás la libertad.
El
Nini les vio llegar resollando cárcava arriba,
mientras el dedo pulgar de su pie derecho acariciaba mecánicamente a
contrapelo la perra enroscada a sus pies. La visera negra de la gorra de
Frutos, el Pregonero, rebrillaba como si sudase. Y tan pronto se vieron todos
en la meseta de tomillos, el Justito y el José Luis se pusieron como firmes,
sin levantar los ojos del suelo, y el Justito le dijo al Frutos, bruscamente:
-Léelo,
anda.
El
Frutos desenrolló un papel y leyó a trompicones el acuerdo de la Corporación de
desalojar la cueva del tío Ratero por razones de seguridad. Al terminar, el
Frutos miró para el Alcalde, y el Justito, sin perder la compostura, dijo:
-Ya
oíste, Ratero, es la ley.
El
tío Ratero escupió y se frotó una mano con la otra. Les miraba uno a uno,
divertido, como si todo aquello fuera una comedia.
-No
me voy -dijo de pronto-.
-¿Que no te vas?
-No.
La cueva es mía.
La
roncha de la frente de Justito, el Alcalde, se encendió súbitamente.
-He
hecho público el desahucio -voceó-.Tu cueva amenaza ruina y yo soy el Alcalde y
tengo atribuciones.
-¿Ruina?
-dijo el Ratero.
Justito
señaló el puntal y la resquebrajadura.
-Es
la chimenea-agregó el Ratero.
-Ya
lo sé que es la chimenea. Pero un día se desprende una tonelada de tierra y te
sepulta a ti y el chico, ya ves qué cosas.
El
tío Ratero sonrió estúpidamente:
-Más
tendremos -dijo.
-¿Más?
-Tierra
encima, digo.
El
José Luis, el Aguacil, intervino:
-Ratero
-dijo-. Por las buenas o por las malas, tendrás que desalojar.
El
tío Ratero les miró desdeñosamente:
-¿Tú?
-dijo-. ¡Ni con cinco dedos!
Al
José Luis le faltaba el dedo índice de la mano derecha. El dedo se lo cercenó
una vez un burro de una tarascada, pero el José Luis, lejos de amilanarse, le
devolvió el mordisco y le arrancó al animal una tajada del belfo superior. En
ocasiones, cuando salía la conversación donde el Malvino, aseguraba que los
labios del burro, al menos en crudo, sabían a nícalos fríos sin sal. En todo
caso, el asno del José Luis se quedó de por vida con los dientes al aire como
si continuamente sonriese”
No
revelaré el brutal desenllaç de novel·la, que deixa Ken Loach a l’alçada d’un simpàtic
parroquià moralista de barri obrer. Només afegiré que, a la meva manera de
veure, palesa de quina forma la literatura aporta una mena de comprensió respecte
del crim i la misèria a la qual la psicologia tot sovint gira l’esquena i que la política,
cada cop més centrada en la repressió, tampoc té cap interès en abordar.
Qui sap quan ens n’alliberarem, de segons quines rates.
·
Delibes, M. (2009). Las ratas. Barcelona: Destino.
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