Newt Gingrich i la memòria de la Nakba



Newt Gingrich, possible candidat republicà a la Casa Blanca, va afirmar al Jewish Channel que el poble palestí era un invent. Aquesta contundent negació de tot un col·lectiu humà va ser condemnada per la Lliga Àrab.



Amb motiu de la mort de Kim Jong-il, feia referència a la famosa obra 1984 de George Orwell, escrita el 1948. El títol responia al fet d'haver capgirat les dues darreres xifres de la data de la seva concepció. Era el mateix any en el qual se separaven les dues Corees i no vaig poder resistir la temptació de fer una comparació numerològica. Malgrat que el genial escriptor britànic consumava una crítica clara a les dictadures comunistes, algunes de les metàfores emprades en la seva novel·la distòpica són perfectament aplicables a nombroses formes de tirania contemporània. Un dels eixos centrals de l'omnipotència del Gran Germà, era la persistència amb la qual es pretenia esborrar de la memòria col·lectiva qualsevol esdeveniment històric que enterbolís el titànic projecte de dominació del partit.

Novament, no puc estar-me de recuperar un esdeveniment ocorregut en la mateixa data, sobre el qual ha planat una obstinada i densa capa de silenci: la Nakba palestina de 1948. Recordo les massacres, la destrucció de pobles àrabs sencers i l'exili de centenars de milers de persones, després d'haver escoltat les devastadores paraules d'un altre polític nord-americà, Newt Gingrich, a qui deu convenir força complaure el lobby sionista, si vol aplanar el camí cap a la Casa Blanca. No seria el primer competidor en caure del cavall, després de contrariar aquest poderós grup de pressió. Fins i tot els activistes jueus que reclamen justícia, són ràpidament ofegats per un puny de ferro. Els crims contra la humanitat perpetrats aleshores, fan trontollar les bases ètiques del projecte colonialista i per això s'ha fomentat repetidament la seva negació. Així ho defensa el compromès historiador israelià Ilan Pappé al recomanable capítol La negación continua: la Nakba en la historia israelí y en la actualidad, recollit al volum Gaza en crisis, que compta amb la col·laboració de Noam Chomsky. La insofrible tensió entre la gloriosa creació de l'Estat d'Israel i les atrocitats comeses, afirma Pappé, només es pot resoldre per la via de l'oblit forçat (pàgs. 83-84):


"Para los israelíes, 1948 fue un año en el que se dieron dos hechos contradictorios. Por un lado, el sionismo -movimiento nacionalista judío- anunció el cumplimiento de un antiguo sueño: el regreso a la patria tras dos mil años de exilio. Desde este punto de vista, en 1948 se produjo lo que la memoria colectiva judía recuerda como un "suceso milagroso". Se trata de un capítulo histórico que proclama el triunfo y la realización de un sueño y queda asociado a la pureza moral y la justicia absoluta. Todo lo que ocurrió en 1948, en efecto, está imbrincado en los valores más básicos de la sociedad israelí actual. De ahí que el comportamiento de los soldados judíos en el campo de batallla ese año se convirtiese en un modelo para las generaciones venideras y la habilidad política de los líderes de esa época, en una aspiración para las élites políticas del futuro. Estos líderes son descritos como hombres consagrados a los ideales sionistas, que desatendían su interés personal por una causa común. El año de 1948, por tanto, es sagrado y reverenciado en varios sentidos como el punto de partida que dio forma a todas las cosas buenas de que puede presumir la sociedad judía de Israel.

Por otro lado, 1948 marca también el peor capítulo de la historia de los judíos. Ese año, hicieron en Palestina lo que no habían hecho en ningún otro lugar en los dos mil años anteriores. Incluso dejando a un lado el debate histórico sobre por qué ocurrió lo que ocurrió, nadie parece cuestionarse el calibre de la tragedia que se abatió sobre la población indígena de Palestina como resultado de la emergencia y triunfo del movimiento sionista. Ese año, los judíos expulsaron, masacraron, destruyeron, violaron y se comportaron en general como cualquier otra fuerza colonial de las que operaban en Oriente Próximo y África desde principios del siglo XIX.

En circunstancias normales, tal y como Edward Said recomendó en su fundacional Cultura e imperialismo, el doloroso diálogo con el pasado debería permitir a una sociedad determinada digerir los momentos más gloriosos de su historia, y también los más nefastos. Sin embargo, esto no funcionaría en un caso en el que la imagen moral que la sociedad tiene de sí misma es considerada el activo principal en la lucha por la opinión pública y la mejor herramienta para sobrevivir en un entorno hostil. La única salida para la sociedad judía en el Estado recién fundado era borrar de la memoria colectiva los capítulos desagradables del pasado, dejando intactos los gratificantes. Hablamos así pues de un mecanismo consciente, ideado y puesto en marcha para resolver la insoportable tensión que aparece entre los dos mensajes contradictorios llegados desde el pasado"




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